viernes, 12 de marzo de 2010

La palabra eterna

 A primera hora de esta mañana ha fallecido a los 89 años de edad en Valladolid el escritor y novelista Miguel Delibes. Casi un siglo de letras que pasan a la otra orilla de aquel lago que, tarde o temprano, todos tendremos que cruzar. Pero he ahí la magia de la palabra, que perdura y perdurará siempre. La sombra del ciprés es alargada (1949), Mi idolatrado hijo Sisí (1953), Cinco horas con Mario (1966), o Los santos inocentes (1981), perdurarán por siempre como muestra de que lo escrito nunca pasa.
              Ese valor inmaterial, casi espiritual, de lo hablado que se convierte durante el fugaz acto de la escritura en un patrimonio material y eterno. Tanto es así que llega a conceder la inmortalidad a los que lo escriben. Delibes será uno de ellos. Un señor que vio la luz en Valladolid, el 17 de octubre de 1920, siendo el tercero de los ocho hijos que conformaban una familia acomodada, cuyo cabeza de familia era catedrático de derecho en la Escuela de Comercio vallisoletana. Pero la triste lacra de la guerra, que todo lo trunca y destruye, marcó también la vida de Delibes. Tras estallar la Guerra Civil Española, se enroló como voluntario en la Marina del Ejército Nacional en 1938, y llegó como voluntario, a prestar servicio en el crucero Canarias.
              Tras la contienda, regresó a Valladolid donde se licenció en Comercio y Derecho, pasando también por la escuela de Artes y Oficios, donde descubrió la magia de la caricatura. Precisamente por ello fue contratado por el Norte de Castilla, diario vallisoletano, como caricaturista de cabecera. El periodismo se abría ante sus ojos y, por ende, el gusanillo de la literatura empezaba a aflorar dentro de él.
              Lo demás, creo que lo conocen, o al menos es más conocido y puede ser consultado en cualquier enciclopedia o libro de consulta. Recalco estos aspectos de la biografía de Delibes porque, cierta vez, escuché de una persona a la que aprecio muchísimo que "conocerás mejor la obra de un artista si sabes cómo ha sido su vida, de donde viene y, sobre todo, a qué se dedicaban sus padres". Parecerá absurdo, pero no. De un rango elevado, Delibes fue capaz de sumergirse en los estratos más íntimos de la persona; sin caer en el constumbrismo más contumaz, fue capaz de contar, narrar y ser cronista, a la par que creaba fabulaciones e inventivas literarias. Sin mucho artificio, sólo con la humilde fuerza que da la palabra.
              Descanse en paz uno de los genios de la literatura del siglo XX, ese que supo plasmar su sufrimiento, sus pasiones, sus vivencias, su forma de ver la vida, en un simple papel en blanco, y además, lo hizo con maestría. Por ello, simplemente, merece nuestro reconocimiento y recuerdo. Esté donde esté, su palabra siempre permanecerá viva. Es, ni más ni menos, que la magia de las palabras...

No hay comentarios:

Publicar un comentario